jueves, 29 de mayo de 2025

Estoy hecho de memorias

Rodrigo Muñoz-González

Es académico e investigador de la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva de la Universidad de Costa Rica, donde ha desarrollado una destacada trayectoria en el análisis crítico del discurso, los estudios culturales y la comunicación mediada por tecnologías. Su formación interdisciplinaria y su enfoque humanista le han permitido vincular la comunicación con la literatura, la filosofía y los estudios sociopolíticos contemporáneos. Su aguda sensibilidad para el lenguaje y su mirada crítica convierten sus intervenciones en valiosos aportes para el diálogo entre la comunicación y las humanidades.

Tal vez, el pasado no es algo que queda atrás, sino que se queda con nosotros, cambiando, cambiándonos y señalando de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Esto es lo que nos propone El Lago de la Memoria de José Francisco Correa, una novela que nos plantea el regreso de Victoria a una patria perdida, un regreso en el cual ella debe enfrentar las consecuencias de su exilio y las verdades de buscar una coherencia política que puede reivindicar ideales de humanidad pero que puede conllevar alejamientos de esas personas que justamente construyen esa humanidad: su hija y su familia.

José Francisco nos da una aventura en la cual Victoria se pierde con su nieta Arlen en un mundo de objetos perdidos. Y en esto está una de las principales irreverencias de la novela––porque esta novela tiene muchas irreverencias que nos permiten navegar y hacerle frente a los ensueños y a los filazos de nuestras memorias. En este mundo se encuentran todas esas cosas que hemos ido dejando tiradas por nuestras vidas, que hemos perdido, que hemos olvidado, pero que alguna vez les dieron sentido a nuestras realidades.

Al estar en un mundo lleno de objetos que ya nadie recuerdo, José Francisco nos permite comprender algo crucial: el olvido y la memoria son hermanos siameses. Recordar conlleva darle énfasis a algo, rescatarlo de todo lo que hemos dejado atrás. En esta acción, irremediablemente, descuidamos y, por ende, olvidamos, otros eventos, acontecimientos, o cosas que también sucedieron.

De la misma manera, olvidar puede implicar un esfuerzo explícito por esconder algo que nos duele, que nos molesta, que nos transporta a nuestros peores momentos. El olvido puede ser opresivo y autoritario, como es el caso de los regímenes políticos que buscan esconder sus crímenes. Pero también puede ser terapéutico, permitiendo encontrar espacios para tomar impulsos hacia nuevos horizontes.

La memoria, nos dice José Francisco, es un lago: grande, con profundidades que a veces nos atrevemos a bucear o que queremos evitar. En la novela, Victoria debe aprender a sumergirse con su nieta en esas aguas que a veces la ahogan pero que debe navegar para empezar a hacer las paces con lo que ganó gracias a su militancia política, pero también con lo que perdió.

Quizás, podríamos decir que la memoria es lo que nos hace humanos. Porque esta no es solamente una facultad biológica, algo que nuestra cognición puede hacer. No por nada, Aristóteles la problematizó en su obra Parva Naturalia, la cual es un compendio de tratados en los cuales discute diversos fenómenos naturales que son considerados esenciales de la experiencia humana.

El filósofo griego distinguía entre mnēmē (μνήμη), la emocionalidad individual que da pie a la memoria simple, y anamnesis (ἀνάμνησις), la búsqueda activa de recordar. En este sentido, para Aristóteles hay una diferencia fundamental entre una habilidad cotidiana (por ejemplo, acordarme dónde dejé el carro en el parqueo), y un propósito pronunciado de ubicar algo en el pasado, de darle forma (por ejemplo, crear un álbum de fotos, a la antigua o en nuestro teléfono).

Es en esta segunda instancia en la que José Francisco hace su poderosa intervención. En la novela, Victoria justamente debe darle forma a su pasado. Al llegar al mundo de las cosas perdidas, ella y su nieta se dan cuenta que están atrapadas. Salir significa emprender una aventura llena de recuerdos ajenos y propias, superar una serie de obstáculos que dan una lección muy importante: el pasado no es algo terminado, siempre está rearmándose, está conectado con nuestro presente y nuestro porvenir. Victoria retornó a Nicaragua para encarar un nuevo futuro, pero, para esto, primero tendrá que recorrer muchos caminos que dejó sin recorrer.

El Lago de la Memoria efectivamente se ubica en lo que la cultura grecolatina llamaba ars memoriae, el arte de la memoria. Este arte comprendía una serie de técnicas y herramientas para memorizar un rango muy amplio de cosas, desde fechas importantes hasta discursos orales. La memoria se consideraba una habilidad, herramienta, y condición fundamental de la vida individual y colectiva. Como individuos, la memoria nos da identidad y nos permite tener agencia en el mundo. Como sociedad, la memoria nos da sentido de cohesión y nos da un pasado común sobre el cual forjamos nuestras comunidades–– aunque a veces sea utilizado para seguir agendas ideológicas.

José Francisco hace su propio arte de la memoria al escribir una novela en la cual el recuerdo no es demonizado, pero tampoco romantizado. Al final de su trayectoria, y sin ánimo de revelar muchos detalles, Victoria y Arlen entienden que la memoria es algo que se vive, que tiene muchos matices y que, a veces, simplemente nos lleva a aceptar las ambivalencias que surgen en el cruce de aquello-que-fue y aquello-que-pudo-ser.

Para atar el pasado con el presente y el futuro, la novela hace un juego, en mi opinión, con tres géneros diferentes: lo extraño, lo maravilloso, y lo fantástico. Acá me baso en el trabajo del crítico literario Tzvetan Todorov quien hace esta distinción. Para Todorov, el género de lo extraño se encuentra en relatos sobre hechos asombrosos, increíbles, o maravillosos, que llegan a tener una explicación racional––pensemos en las historias de detectives de Conan Doyle o Poe, por ejemplo. Por otro lado, lo maravilloso, nos dice Todorov, se encuentra en narraciones de hechos supernaturales, que no tienen explicación– –como todo el horror cósmico típico de Lovecraft. Finalmente, lo fantástico significa un juego entre lo real y lo ficticio, siempre dejando dudas de la veracidad de lo que pasó––como el personaje de Cortázar que vomita conejitos o el Funes de Borges quien, muy acorde a nuestro tema, puede recordar cada detalle específico que ha acontecido en su vida.

En El Lago de la Memoria, muchos episodios forman parte de lo extraño, pueden ser explicados y llegan a tener su debida justificación; otros forman parte de lo maravilloso, y escapan la racionalidad de los personajes, y les obliga a aceptarlos, a tener fe en ellos, a superar toda duda, a atravesar la contradicción. En esta novela, vemos lo fantástico en las preguntas que tienen los personajes, pero también en las preguntas que les deja a los lectores: ¿todo lo que pasó es real? ¿efectivamente Victoria y Arlen cambiaron de realidad? ¿O todo es una metáfora y todo lo vemos a través de la mente infantil de una niña? Con esto, José Francisco nos devela el truco final de la novela: evidenciar que todo lo que recordamos, por más mundano, doloroso, íntimo, o feliz que sea, nos llega a través de memorias que son extrañas, maravillosas, y fantásticas al mismo tiempo.

Quisiera cerrar este comentario con una anécdota. Hace unas semanas, después de aplicar un quiz, mis estudiantes de Análisis del Discurso me reclamaron por lo que consideran un método de evaluación, en sus palabras, “memorístico”. Para ellos, ellas, y elles, memorizar es algo obsoleto, que ya no se debe incentivar. Y no quiero que esto se entienda como un reclamo grosero y malintencionado hacia elles. Nada más están bebiendo de ideas que cada vez se hacen más recurrentes en nuestra ECCC y en nuestro país: ¿para qué memorizar? ¿de qué sirve?

Cuando me pasó esto, se me vino a la cabeza una carta que Umberto Eco le había escrito a su nieto y que circuló mucho cuando él murió. Eco le advertía al muchacho sobre la pérdida de la memoria. Le pedía no ampararse siempre en lo digital, en el Internet, para recordar las cosas. Le pedía ejercitarla, como cualquier músculo. Porque a través de la memoria, recordamos nuestra historia, y podemos hacerle frente a todo intento de alterarla, podemos recordar nuestros errores para procurar mejorar como personas y buscar nuestro perdón y nuestra redención sea a donde sea que deba estar. Para Umberto Eco, cultivar la memoria es vivir muchas vidas, es aprender que todas, todos, y todos también vivimos diferente, y que tenemos muchos puntos de vista.

En El Lago de la Memoria, José Francisco nos demuestra la importancia de aprender a estar con nuestras memorias. Y nos invita a ejercitarla. ¿Qué pasaría si cada una de nosotras, nosotros, y nosotres, emprende el mismo viaje que Victoria y Arlen? Si nos perdiéramos en el mundo de las cosas perdidas, ¿qué haríamos? ¿Cómo es nuestro propio lago de la memoria? ¿Cómo son sus aguas?

Cuando uno termina de leer esta novela es inevitable pensar: “estoy hecho de memorias, y gracias a esto, soy lo que soy”. Como Victoria, nuestros sueños están incompletos hasta que logramos mirar hacia atrás y podemos sonreír.

viernes, 2 de mayo de 2025

Cada lectura es una escritura - Damaris Madrigal

Damaris Madrigal es una destacada filóloga, académica y especialista en estudios de género. Es doctora en Educación y cuenta con una especialidad académica en Lingüística y Antropología. Sus áreas de especialidad incluyen el lenguaje y la cultura popular, destaca el Diccionario Ilustrado del habla popular costarricense. Asimismo, sobresale su trabajo en la Sede de Occidente de la Universidad de Costa Rica. Su compromiso con la educación superior y la regionalización la han convertido en una referente en su campo.

Ponencia presentada el 5 de Marzo en el Colegio de Periodistas

Buenas noches. Bueno, ante todo le agradezco a José por la invitación a participar en la presentación de este libro, del cual he podido ver el proceso de escritura desde junio. Eso fue antes de la pandemia y justo antes de que empezaran los momentos políticos más álgidos de Centroamérica.

La primera vez que yo leí esta novela, apenas alcanzaba unas 100 páginas. Estaba narrada desde la voz infantil de la nieta y, cuando le devolví mis impresiones a José, recuerdo haberle dicho que me parecía que encajaba más en literatura juvenil. Estas y otras razones me llevaron a opinar que no consideraba que se tratara en ese momento de un producto publicable. Con palabras más discretas, se lo dije a José en aquel momento.

Además, en ese entonces, había mucho elemento suelto en historia, por lo que le dije que me parecía que todavía no daba para una novela, sino para un cuento o varios cuentos, pero que todavía le faltaba. Luego vino una segunda versión y una tercera.

Para mí hubo una cuarta versión. Digo para mí porque, a otros lectores, yo sé que José les iba dando otras versiones. La versión número cuatro me gustó mucho más. Estaba mucho mejor estructurada y con mucha profundidad narrativa.

La quinta versión, cuando menos de las que yo tengo noticia, es la que hoy presentamos aquí y que ha llegado a nuestras manos.

Cuando empleo el término de versiones, no me refiero a las correcciones naturales de orden filológico y estético, que toda producción literaria debe recorrer, sino que en realidad se trataba de historias distintas, con los bocetos de unos personajes y un cuadro físico y temporal similar, pero que nos remiten necesariamente a lecturas muy diferentes.

De hecho, la primera versión tenía otro título. No lo voy a decir aquí porque esos son los detalles que solamente los autores saben si quieren revelar, pero tenía otro título. Solamente voy a decir que se parecía mucho a estas consignas que remiten mucho a las revoluciones latinoamericanas.

La tercera y cuarta versiones las conocí sin título y en un momento hasta con otro autor, porque se valoró la posibilidad de publicar con seudónimo, inclusive se valoró la posibilidad de un nombre femenino, hasta que la versión final lleva por título El Lago de la Memoria y su autor es quien la firma.

Ahora quiero enfocarme en tres aspectos que me resultan particularmente resaltables de esta novela que nos convoca hoy.

El primer elemento es el manejo del código. Ya saben que es mi especialidad la lingüística.

El segundo, es la perspectiva desde la estética de lo cotidiano y, el tercer elemento al que haré referencia, es la figura del desaparecido.

En lingüística cuando hablamos del código nos estamos refiriendo al lenguaje mismo.

Cuando hablamos del castellano todos somos capaces de emplear el lenguaje con una cierta destreza funcional, que nos faculta para expresar nuestro pensamiento y entrar en contacto con nuestros semejantes.

Esta práctica lleva en cada uno de nosotros un sello personal. Cada uno de nosotros se ha apropiado de un conjunto de recursos lingüísticos que nos caracterizan como hablantes. Eso es lo que conocemos como estilo lingüístico. Pues en la ficción literaria cada uno de los personajes debe quedar configurado con un estilo lingüístico propio. Cada personaje debe expresarse de manera tal que corresponda con la construcción natural de su identidad lingüística, la cual estará necesariamente atravesada por tres variables, el tiempo en que le ha tocado vivir a ese personaje, su estrato social y el lugar del que proviene.

Esas son las variables diafásicas, diastráticas y diatópicas que nos enmarcan la identidad lingüística, pero además contribuirán las historias de vida que cada uno haya recorrido. Recuerdo que en las primeras versiones le había dicho a José que le faltaba mejorar los personajes y mejorar los diálogos.

La construcción de los personajes era un poco naif y algunas de las conversaciones entre la abuela y la nieta, Arlen, eran algo ingenuas.

A esto había que sumarle que la narración empleaba, la primera narración, empleaba un lenguaje complejo propio de hablantes adultos, pero la niña, ya en su personaje, era sólo una niña pequeña.

Pues bien, debo rescatar el excelente trabajo que en este sentido refleja la obra.

El uso impecable del voceo pronominal monoptongado que registran los hablantes nativos desde los planos de la confianza. En tanto, los extranjeros emplean el tuiteo para esas mismas circunstancias, el ustedeo generalizado. El uso de fórmulas de tratamiento como títulos militares, apelativos de confianza, conversaciones en diferentes idiomas para los objetos importados, marcas nombre, entre otros.

Igualmente, bien trabajado el de las formas prototípicas del habla nicaragüense para referirse a acciones concretas. Así leemos en un pasaje:

Detenete, dundo, ¿no oíste?

Que si bien la palabra dundo se usa en Costa Rica, su registro es muy escaso y solamente significa tonto. Pero en Nicaragua además se refiere a la persona que actúa de una manera tonta por falta de o de entendimiento. En Costa Rica habríamos usado un término similar a baboso. En otra cita podemos leer: Chocho, es que son brutos. Es un claro uso del elemento interjectivo chocho, muy propio del habla nicaragüense, del que en Costa Rica no tenemos un sinónimo absoluto.

No equivale a diay en ninguna de sus acepciones. Se parece más a la interjección, pero dicho con verdadero asombro. Bien, volviendo al punto de análisis, es así como en este detalle el uso lingüístico de todos los personajes y los espacios quedan perfectamente caracterizados, lo cual resalta desde la perspectiva de la escritura misma, desde el ejercicio de escribir, y es definitivamente un primer valor de este texto. Ese excelente manejo del código y el cuidado de los detalles transporta a los lectores al espacio de la narración y facilita dibujar en la mente a los personajes.

Con respecto a la estética de lo cotidiano, empezaré por decir que me parece un encuadre teórico válido, porque la idea sobre cómo se configura el Mundo de las cosas perdidas está basada en el acto cotidiano de perder involuntariamente objetos, los que, si partimos de la afirmación de que la materia no se crea ni se destruye, entonces deben ir a dar alguna parte.

La estética de lo cotidiano es una propuesta que intenta comprender las de la vida cotidiana. Propone que las metáforas son niveles profundos de pensamiento, más allá de recursos plenamente estéticos propios del lenguaje literario.

Todos metaforizamos conceptos en nuestra vida cotidiana. Por lo tanto, la metáfora de lo cotidiano estructura nuestro pensamiento y nos proporciona las herramientas para comprender con lenguaje simple, eventos complejos de la vida real.

La teoría de la metáfora de la cotidiano fue planteada por Lakoff y Johnson. Se fundamentaron en la propuesta de que aquello que es complejo, el ser humano lo puede equiparar conceptualmente con lo que conoce.

Es así como las diferentes culturas van complejizando y profundizando los niveles de pensamiento al ir sobrepasando lo conocido. Es decir, se puede comprender la realidad desconocida a partir del replanteamiento de lo conocido. Lo que conocemos y comprendemos bien se llama dominio fuente. Es la base del reconocimiento. Lo que se le quiere comprender es el dominio objeto, objeto de la comprensión.

De manera que el lago de la memoria puede ser leído desde la estética a lo cotidiano, en donde todos los elementos expresados y conocidos por los lectores, la tapita de lapicero, el dedal, la boina, los fósforos, la llave, la cerradura, el galeón, las cartas, el bolso verde olivo, el soldadito, los anillos, las tijeras, los lapiceros, los cabitos de lápiz, las cucharillas, entre muchos otros objetos, encierran en lo cotidiano un valor común. Son en sí mismos una fuente de concepto. De allí que sean llamados valor-fuente. Mientras que la compleja trama social que se teje entre ellos, los roles políticos y sociales que empiezan a desempeñar, se convierte en el dominio objeto. Es lo que se intenta conocer.

En la propuesta de Lakoff y Johnson, los valores-fuente más recurrentes que nos permiten crear metáforas cotidianas son los cuerpos, en primera instancia los cuerpos humanos, pero en sentido amplio todo aquello que tenga materia, de allí que cada uno de los personajes objeto y los personajes humanos son susceptibles de ser metaforizados en la cotidianidad.

Estos objetos se ubican en planos tridimensionales y se pueden personificar. La personificación es un tipo particular de metáfora, pero cuando los objetos desaparecen de la vista y del encuentro en las tres dimensiones, entonces debemos suponer que se haya en una cuarta dimensión. Justamente es lo que sucede en El Lago de la Memoria. Como no conocemos la cuarta dimensión, se crea la metáfora ontológica del otro patio, del otro espacio, el limbo, el otro lado del espejo, lo no conocido. Ese mundo resultará impensable y muy poco creíble para los que no lo han logrado conceptualizar.

Los estados de ánimo, las reflexiones, las meditaciones, los sueños, los recuerdos, la memoria, pueden ser espacios de una cuarta dimensión, de manera que los objetos y la memoria son elementos cotidianos que terminan por complejizarse en la ficción literaria, al entramarse con los recuerdos, con la historia, con los objetos simples, imperfectos, incompletos, inservibles, pero que cobran roles trascendentales en esa no realidad que finalmente modificará la realidad real. El Mundo de las Cosas Perdidas es sólo una metáfora que modifica el mundo real.

Obviamente, la capacidad de construir una metáfora sobre lo cotidiano depende de la cantidad de elementos cotidianos que seamos capaces de comprender y la necesidad de entender nuevos elementos en profundidad. De ahí que las comprensiones de esas metáforas serán distintas para cada lector. El lago de la memoria será leído por nosotros de distinta manera. Transitará desde una historia fantástica hasta una dura crítica a un régimen político específico, dependiendo de nuestra dinámica de creación metafórica.

La teoría de la estética de lo cotidiano nos permite crear metáforas en donde podemos trazar un vínculo entre la imaginación y la razón, elemento clave para salir de El Mundo de las Cosas Perdidas.

Finalmente, me referiré a la figura del desaparecido. El Mundo de las Cosas Perdidas es un espacio de desaparecidos. Si bien son cosas que se han perdido, al entrar en esa dimensión de El Mundo de las Cosas Perdidas se cumplen roles sociales y políticos. Se ordenan según una normativa instaurada desde el absurdo. Pero el mundo real, el mundo conocido, también es un espacio de entes desaparecidos.

Victoria desapareció de Nicaragua 40 años atrás. Camilo desapareció del todo en un tiempo similar, cuando muchos otros desaparecieron. Victoria, como la madre de Raquel, desapareció de la vida de su hija, como muchos otros sujetos han ido desapareciendo de los espacios de conflictos armados políticos en el mundo y, particularmente, en Latinoamérica.

Los objetos se convierten en una especie de metáfora particular llamada metonimia, en donde una cosa significa otra mayor de su tipo.

En la literatura latinoamericana se ha pensado la figura de los desaparecidos o detenidos como una metonimia de la crisis de la representación social. Se desaparece o se detiene aquel que representa una identidad que no respalda al orden político, aunque éste se haya instaurado de una manera ilegítima.

El detenido y el desaparecido deben ser debilitados por el orden para que se cuestione su identidad, su valor y las lógicas políticas que defienden. Se trata de invisibilizar al desaparecido o al detenido. Por eso es importante separarlo de un espacio en el que pueda ser visto.

Los calabozos, así como las fosas comunes y clandestinas en el ámbito de la realidad y los mismos calabozos Mundo de las Cosas Perdidas son espacios de desaparición. Sin embargo, el desaparecido genera un conflicto cognitivo, pues deja de ser una presencia en la realidad, pero se convierte en una presencia más fuerte en la memoria y en el pensamiento, que es una metáfora de esa cuarta dimensión de la que hablamos hace unos instantes.

De manera que no es de extrañar que Camilo reaparezca en una carta, ni que se conozcan los pormenores de la desaparición de tantos durante el viaje en el Mundo de las Cosas Perdidas. En palabras de Nicola Pierre, existe un deber de la memoria que se divide en tres momentos.

Uno inicial, que es el momento del silencio. Este coexiste con la incapacidad de escucha por parte de la sociedad. Es el instante posterior al desaparecimiento, lo cual facilita otros desaparecimientos.

Luego viene un segundo momento, que es el momento de la palabra, el testimonio y la reivindicación. Aquí se reimpulsan las identidades diversas al orden impuesto y se valoran sus luchas.

Finalmente, se da el momento de la memoria. Es un momento activo en el que se celebran ceremonias conmemorativas.

Los tres momentos están presentes en el texto. El recuerdo de Victoria huyendo, dejando atrás su familia, su país, sin un futuro claro, solamente silenciada por el bien del orden político. Pero también todos sus compañeros de guerrilla, algunos con destinos en una fosa sin nombre para la memoria.

El segundo momento es justamente el despertar de la memoria en el mundo de las cosas perdidas y la reivindicación de su ejercicio político de juventud en el encuentro mismo con la razón de la memoria.

Y el tercer momento no es solo el encuentro de Victoria y Arlen con Diego y Raquel, es también el anillo de matrimonio, la billetera, el anillo de oro blanco, el retrato de una dama, un certificado de nacimiento, las monedas, de la carta, todos los objetos de celebración por la memoria que representan.

Cada lectura es una escritura. Todos leemos el mismo texto, pero nuestras metáforas cotidianas nos llevarán a significados distintos.

Les deseo una lectura llena de estructuras de sentido para cada uno de ustedes, que al final de cuentas, un libro nos resulta bueno cuando nos genera esa capacidad de comprender elementos de lo cotidiano y celebrar la comprensión de algo nuevo en nuestras vidas.

Muchas gracias.

El Lago de la Memoria - Rodrigo Soto

Rodrigo Soto es un escritor costarricense con una trayectoria destacada en cuento, novela, teatro, ensayo y guion cinematográfico. Ha publicado una veintena de títulos y es ganador en dos ocasiones del Premio Nacional Aquileo J. Echeverría. Tres de sus obras más reconocidas son El río que me habita, Figuras en el Espejo y El Nudo, que son referentes de la literatura costarricense contemporánea. Actualmente trabaja en el campo de la comunicación social y explora desde hace dos décadas la biografía.

Ponencia presentada en la presentación en el Colegio de Periodistas el 5/Marzo/2025

Esta noche tengo que agradecerle a José Francisco tres cosas.

La primera es que me haya permitido ser testigo de excepción de la génesis y el desarrollo de este libro, hasta convertirse en la obra que presentamos hoy.

El proceso creativo tiene algo de enigmático. Obedecemos a impulsos e intuiciones que no sabemos exactamente a dónde nos llevan, aunque tenemos una idea borrosa de aquello que buscamos.

A medida que avanzamos, nos vamos dando cuenta de que lo que estamos buscando más que un destino o punto de llegada, es más bien un camino, o dicho de otra forma, que el tesoro que buscamos está en el mapa que estamos dibujando. El mapa es el tesoro, el camino es el destino.

Hace alrededor de 7 años, quizás un poco más, José Francisco me invitó a tomar un café para comentarme que desde algunos años atrás, lo rondaba la la idea de escribir un libro sobre un tema que le parecía potencialmente interesante. Le pregunté cuál era ese tema y, lo mismo que a él, la idea me pareció original y atractiva. Francamente no conocía ningún otro libro que hubiese abordado una temática similar. Así se lo dije y lo animé a lanzarse a la aventura.

Pero él no necesitaba que lo animara, pues estaba resuelto a hacerlo. Lo que me pidió fue que lo acompañara en el proceso, a modo de interlocutor con más experiencia que él y como amigo. Naturalmente, acepté.

Se inició así un proceso que resultó fascinante para mí. No exagero. Aunque ciertamente yo tenía más experiencia que José Francisco escribiendo libros, y aunque lo aconsejaba sobre la forma de proceder para hacerlo, descubrí casi de inmediato que, tan personal como el libro que él comenzaba a escribir, eran sus métodos de trabajo.

Lo que en mi caso solía ser un proceso completamente intuitivo, en el suyo se convertía más bien en algo riguroso y sistemático. Para mi asombro, me fue mostrando tablas de Excel en las que enlistaba objetos, personajes y características; me comentó también sobre varios libros que adquirió y leyó pues, desde su perspectiva, se relacionaban de alguna forma con su proyecto; más adelante vinieron nuevas tablas de Excel con expresiones propias del habla popular nicaragüense que se proponía introducir en el libro. No podría calificar su método como “científico”, pero comparado con los míos resultaba indudablemente metódico y sistemático.

Conforme pasaba el tiempo, debí agregar un tercer adjetivo: perseverante, y quizás un cuarto: obsesivo. En efecto, José Francisco demostró durante cada etapa del proceso de concepción y escritura de esta obra una meticulosidad algo maniaca, por así decirlo. Se empeñaba en revisar, afinar y corregir una y otra vez el argumento del libro, para acercarlo en todo lo posible a su idea original. Lo mismo hacía con el texto que ya había tomado forma.

No sé cuántas veces leí el libro ni cuándo fue la última vez que lo hice antes de volver a hacerlo ahora que ha sido publicado.

Lo que en cambio sí puedo decir ‒y esta es la segunda cosa que tengo que agradecerle esta noche a José Francisco‒ es que al cabo de tantos años, el resultado de su trabajo es profundamente original, pero además, una lectura sabrosa, entretenida y, muy a menudo, también divertida.

Suelo dividir mi análisis de un libro en tres planos o niveles. En primer lugar me pregunto dónde se inscribe la obra en el vasto mundo de la literatura y qué me dice de la época en que fue escrito y de la condición humana en general.

El segundo nivel en el que valoro un libro es el de su argumento: cómo se despliega o se organiza la historia, en términos de personajes, situaciones y acciones.

Y el tercer plano es el puramente textual: cómo está escrito, la riqueza o sabrosura de sus imágenes y de su lenguaje.

Digo sin ambages que en estos tres niveles el libro de José Francisco resulta excelente.

Empezando por el plano textual o escritural, los lectores advertirán de inmediato que tantas hojas Excel enlistando palabras y expresiones características rindieron fruto, pues no solo encontrarán una enorme riqueza léxica en sus páginas sino ‒lo que sin duda es mejor y más importante‒ una gran sabrosura o sabrosera, como prefieran decir. En cuanto a lo argumental, “El lago de la Memoria” es una obra radicalmente original, como anoté ya en el texto de contratapa de la presente edición. Y cuando digo “radicalmente” quiero decir precisamente eso. No conozco otra obra que aborde este tema de la forma en que lo hace esta.

Por último, la novela de José Francisco reviste también innegable actualidad, no solo en lo que respecta a las circunstancias particulares de Nicaragua ‒que son su referencia más explícita‒ sino también más allá del hermano país, y nos hablan de asuntos universales, como son la añoranza y la búsqueda de un pasado perdido, la ambición, el expolio y la corrupción políticas, la entrega y el sacrificio y el perenne deseo de justicia.

La de esta novela es desde me punto de vista una aventura riesgosa, como afirmo también en el texto de la contratapa, pues combina dos convenciones narrativas o códigos estéticos muy diferentes entre sí, pero para que una aventura merezca ese nombre y valga la pena, debe asumirlos.

Termino diciendo que acompañar a José Francisco durante la escritura de este libro fue además una magnífica oportunidad para conocerlo mejor y para estrechar nuestros lazos de amistad y cariño. Y ese es el tercer motivo por el que tengo que agradecer esta noche a José Francisco.

¡Gracias y muchos lectores a tu libro, amigo!