lunes, 1 de diciembre de 2025

La asombrosa aventura de José Francisco Correa en el Mundo de las Cosas Perdidas

Manuel Bermúdez. Periodista y crítico literario.

La propuesta narrativa de José Francisco Correa es ingeniosa y lúdica, pero no por eso menos sutil y aguda en la sugerencia a una reflexión más profunda y compleja.
Esta novela se aventura formalmente con digresiones, interpelaciones al lector, juegos inverosímiles mezclados con un realismo histórico a la vez que lleva a involucrarse en su propio juego literario. Desde sus primeras páginas sugiere un universo de intriga salpicado por recuerdos mayormente ingratos.
En un contexto realista histórico, se trata de Nicaragua, de un pasado de lucha y sueños, de decisiones y amores controvertidos, de exilio y un amor insoslayable por el terruño, los personajes, retratados con mucha honestidad, se interpelan con los sentimientos encontrados de la familia rota.
Volver, para enfrentar momentos de los que se quiso escapar para siempre. Secretos que están en la esencia misma de una hija que ha logrado conformar medianamente su vida propia y de una madre que no ha logrado resolver completamente la suya. Pero, poco a poco, la narración da giros en la trama, el mismo autor se involucra y la propuesta literaria alcanza mayores vuelos.
Victoria, la protagonista, regresa a Nicaragua “después de treinta años de autoexilio político”. Volvía para reencontrarse con su hija Raquel y para conocer a su nieta Arlen.
Las reminiscencias y recuerdos de la guerra revolucionaria agazapados entre sueños se asoman en el paisaje que va describiendo el autor, con un amor evidente en sus descripciones y en los giros lingüísticos.
“Granada es intemporal. Se ha conservado calcada desde que Victoria se fue. Siempre las mismas vendedoras en las mismas esquinas y los mismos borrachos en las mismas aceras. El lago de la memoria es un agujero negro que atrapa el pasado y el presente en la misma dimensión espacio temporal, en donde confluyen todas las historias simultáneamente: su casa de muñecas, sus padres, los juegos infantiles con los niños del barrio, sus amigas colegiales y universitarias, su ingreso en la guerrilla y su exilio”. La clave de la novela la propone Correa desde las primeras páginas.
Pero igual va tejiendo un bello paisaje nicaragüense. “La mejor época era Semana Santa, porque estaba repleta de folclore, comidas tradicionales y frutas de la estación. Sobraban las panas con curbasá, los pasados, la sopa de pescado, los mangos en huaca y los jocotes sazones”. Al rato, los recuerdos del narrador parecen cruzarse con los de la protagonista y empieza a romperse el hilo realista del texto.
Victoria va desandando en sus recuerdos mientras va construyendo la complicidad con su nieta cargada de preguntas e imaginación, ansiosa de saber historias o de inventarlas.
Así, en un bello atardecer a la orilla del lago, nieta y abuela se ven atrapadas en un mundo surrealista donde los objetos hablan y el entorno parece fijado en el recuerdo.
Son objetos perdidos, cada uno un personaje con sus propias singularidades provenientes de su condición o de las circunstancias en que fueron extraviados u olvidados.
Victoria y su nieta Arlen buscan “una salida a Granada”, lo que las lleva a vivir una aventura extraordinaria con los cientos de objetos perdidos con los que se encuentran momentos de intensa acción e intrigas, batallas, dudas, lealtades y traiciones.
“De camino a su encierro, Victoria comprobó la infinitud de riquezas acumuladas por los léperos. Estuvo tentada a inventariar cada objeto valioso que identificaba, para convertirlo en personaje de esta historia”.
En todo este juego de aventura fantástica, Correa no deja de hacer apuntes que inducen a la reflexión a veces con una ironía sutilmente sabrosa, como al decir: “se cayó al piso una artesanía de Sandino que tenía de adorno”.
Las razones de los objetos perdidos sugieren un universo donde se cruzan las emociones humanas con las acciones y las circunstancias, de manera que el narrador construye un territorio referido como “el Cruce de las Negligencias”.
Esta novela es juego y provocación, es un atrevimiento y un divertimento con un estilo sabrosamente nicaragüense. Pero también es una advertencia para que los ideales que una vez impulsaron las más atrevidas acciones no terminen convertidos en una “pirámide de cachivaches aglomerados en completo desorden.

jueves, 6 de noviembre de 2025

El lago de la memoria: el reencuentro con lo perdido - Maureen Méndez Montero

Maureen Méndez Montero. Docente y Filóloga del Colegio de San Luis Gonzaga y de la Universidad Estatal a Distancia.

El lago de la memoria, del escritor nicaragüense-costarricense José Francisco Correa Navas, se construye a partir de una premisa profundamente humana: todos, a lo largo de la vida, vamos perdiendo cosas. Pero esas pérdidas no se reducen a los objetos materiales; en realidad, lo que más extraviamos son los recuerdos, las conexiones, los fragmentos de nuestra historia personal y colectiva. La novela parte de esta reflexión para trazar un viaje simbólico en el que lo extraviado —ya sean objetos, vínculos o memorias— reaparece en un espacio mágico que desafía las fronteras entre la realidad y la fantasía.

El relato sigue a Victoria, una mujer disidente del régimen nicaragüense que, tras más de treinta años de exilio en Estados Unidos, regresa a su país natal para conocer a su nieta Arlene. En ese retorno se entrelazan las ausencias políticas y las afectivas: la protagonista ha perdido la relación con su hija, el contacto con su tierra, la cotidianidad de su idioma, los rostros de su gente y, sobre todo, una parte de sí misma. Su regreso no es solo un viaje físico hacia Nicaragua, sino una travesía interior hacia lo que el tiempo, la distancia y el dolor le arrebataron.

Durante un paseo familiar, Victoria y su nieta se extravían y descubren un lago insólito, un lugar donde reposan los objetos perdidos del mundo: calcetines, libros, lápices, aretes, plumas, juguetes. Este espacio fantástico funciona como un archivo de la memoria colectiva, un territorio donde las cosas olvidadas adquieren voz y sentido. Correa Navas convierte lo cotidiano en símbolo y dota a los objetos de un valor alegórico: una pluma fuente puede representar la justicia; un cabito de lápiz, la figura del contador; las armas, el poder y la violencia. Así, cada objeto se transforma en una metáfora de las estructuras sociales, políticas y emocionales que han marcado a los pueblos latinoamericanos.

El tránsito de lo realista a lo fantástico no es un simple recurso estético, sino un mecanismo simbólico que subraya la fragilidad de la memoria y la necesidad del reencuentro. El lector que inicia la lectura desde una expectativa realista se verá sorprendido por la irrupción de lo maravilloso, un viraje que permite comprender que la memoria —individual y colectiva— también se nutre de lo imaginario. En el lago, lo perdido se hace visible: no solo los objetos, sino también las historias, los afectos y las causas traicionadas.

En ese sentido, la novela opera en distintos niveles de lectura. En la superficie, narra la historia de una familia marcada por el exilio y el reencuentro. En un nivel más profundo, reflexiona sobre la identidad y la pertenencia, sobre el modo en que los seres humanos intentamos recomponer nuestra historia personal cuando el pasado ha sido interrumpido por la violencia o el desarraigo. Finalmente, en su dimensión política, la obra se erige como una alegoría de los sistemas autoritarios latinoamericanos, aquellos que prometieron la libertad y terminaron devorando sus propios ideales. Nicaragua aparece como referente evidente, pero el eco se extiende hacia otros contextos —El Salvador, Venezuela y más allá—, donde los sueños revolucionarios se transformaron en regímenes opresivos.

Correa Navas logra, con una prosa precisa y poética, tender un puente entre la intimidad y la historia. El lago de la memoria nos recuerda que el olvido es una forma de pérdida, pero también que la evocación es un acto de resistencia. En el fondo, la novela es una invitación a mirar atrás sin miedo, a bucear en el lago de nuestros propios recuerdos para rescatar lo que creíamos irremediablemente extraviado: la memoria, la dignidad y la esperanza.

El lago de la memoria: una aproximación histórica -Geovanni Cubero J.

Geovanni Cubero J. Coordinador académico del Colegio de San Luis Gonzaga. Además, es mentor en el departamento de Estudios Sociales.

El Lago de la Memoria es una novela que fusiona lo político y lo fantástico para explorar temas de exilio, añoranza, identidad y el impacto inconcluso de las revoluciones centroamericanas. La obra se centra en Victoria, una mujer que regresa a Nicaragua tras décadas de exilio y se sumerge en una dimensión temporal donde pasado y presente coexisten.

La Dualidad Político-Fantástica y el Exilio

La tensión entre lo político y lo fantástico es el eje central. El relato se inclina hacia la esfera política, abordando la migración y la añoranza del retorno a la tierra natal. La protagonista, Victoria, experimenta el exilio, una consecuencia recurrente de las revoluciones fallidas o inconclusas en el ámbito político, social y económico de la región.

El "Lago de la Memoria" funciona como un portal o una mujer/entidad que atrapa el pasado y el presente en una misma dimensión, sugiriendo que la memoria personal y colectiva es un espacio vivo y conflictivo.

Victoria, junto a su nieta Arlen, se transporta a un mundo perdido pero fantástico — evocando un paralelismo con "Alicia en el País de las Maravillas"— habitado por objetos perdidos. Estos objetos son una alegoría que simboliza las cosas que se abandonan en el exilio:

• Pérdida de ideales y principios políticos: La vida lejos del país lleva a cuestionar y, a veces, a perder los valores y principios que motivaron la lucha.

• Pérdida familiar y personal: El abandono de la familia y el dolor que deja la vida lejos de sus seres queridos.

• Idealización de la pérdida: Victoria intenta constantemente idealizar esa pérdida, buscando un sentido o consuelo a la distancia impuesta.

Contexto Histórico y Crítica Social

La novela no solo aborda la realidad nicaragüense (implícita en la Revolución Sandinista y la diáspora), sino que también extiende su crítica a otros conflictos centroamericanos, como el caso de Panamá en 1989 (posiblemente aludiendo a la invasión estadounidense). Esto la convierte en una alegoría de los sistemas políticos autoritarios en América Latina.

La obra tiene un marcado sentido social y de izquierda, reflejado en las referencias a figuras y conceptos revolucionarios:

• Se hace alusión a Mao y la idea de la guerra prolongada.

• Se mencionan frases que evocan la ideología de Lenin, como la noción de tener "mucho que ganar y poco/nada que perder" al trabajar en sentido de equipo o tomar las armas.

• La crítica al poder y la fortuna se sintetiza en la frase de corte de izquierda: "¿Para qué sirve la fortuna y el poder si hay que expoliar el mundo y avasallar a todos?"

La Revolución Inconclusa y la Memoria

Uno de los temas más destacados es la naturaleza inconclusa de la revolución. El ensayo rescata la cita de Alex de Tocqueville (o una alusión similar) que equipara la revolución con una novela: "la parte más difícil de inventar es el final". Esta idea es constante en la obra: una revolución nunca termina o inacabado, inconclusa, dejando a menudo un regusto amargo o una tarea todavía pendiente hoy día.

Victoria vive el recuerdo del pasado como una vivencia transformadora, donde los recuerdos (sean buenos o malos) definen su presente y su búsqueda.

El final del libro subraya la persistencia de las consecuencias y las ideas más allá del tiempo:

• La frase "sentada en el FILO de la cama supo que el enojo era correspondencia extraviada de los correos clandestinos de la Revolución" sugiere que el resentimiento o la frustración son el resultado de mensajes políticos o esperanzas que nunca llegaron a su destino.

• El acto de regresar (al aeropuerto o al país) simboliza el ciclo eterno del exilio y el retorno, y la pregunta constante sobre "cuál es la realidad del país" y "qué es una Revolución".

La frase final, "la misma puerta de entrada, la misma puerta de salida" (atribuida a Aristóteles), concluye el ensayo con una reflexión sobre el tiempo y la ciclicidad: todo tiene un inicio y un fin, y la historia de la Revolución y el exilio es un ciclo que se repite.